¿Cómo nos relacionamos con el miedo?


Es difícil hablar del miedo. Sobre todo, porque para muchos es algo que no entendemos y cuanto más intentamos poner en palabras a qué le tenemos miedo, más esquivo se vuelve el tema. Sabemos que hay algo ahí, molestando, frenando nuestro avance o haciéndolo muy, demasiado lento, y cada vez que volteamos para enfrentarlo, ¡PAF!, se ha ido.

El miedo puede tomar formas muy distintas y atacar desde ángulos totalmente imprevistos. La mayoría de las veces nos ataca en forma de pensamientos terroríficos que se incrustan como alfileres y no nos dejan pensar tranquilos, en otras ocasiones está ahí, tan instalado, que forma parte de nuestra conducta cotidiana como una especie de enfermedad silenciosa cuyos síntomas ignoramos.

Es cierto que el miedo es parte necesaria del funcionamiento del ser humano ya que nos prepara física y mentalmente para defendernos en situaciones de posible riesgo, pero se convierte en el peor enemigo cuando ayudado por dosis diarias de ansiedad muy elevada, hacen de nuestra vida cotidiana un completo desastre. Ahí es cuando comenzamos a identificar posibles riesgos en las más absurdas de las situaciones y dudamos de salir al exterior por temor a cruzarnos con algún loco que pueda matarnos, evitamos comer ciertos alimentos por riesgo a asfixiarnos, o sufrimos visiones catastróficas acerca de eventos disparatados que imaginamos pudieran sucederle a las personas que más queremos. Así la lista, y el nivel de locura y angustia, continúa.

Sin embargo, pese a que la época actual contribuya especialmente a que el miedo y la ansiedad se hayan convertido en dos de los males sociales más difundidos a nivel mundial de la mano de los inalcanzables estándares de éxito promovidos por la comunidad virtual y las redes sociales, este sensación que engloba sentimientos de pérdida inminente, de falta de control, de pensamientos catastróficos, no son un mal adquirido pura y exclusivamente en la era de las redes e internet, sino más bien un sentimiento común y transversal a todos los momentos de la historia.

El poeta inglés John Keats (1795-1821) era perseguido recurrentemente por la idea de que podía morir en cualquier momento sin haber logrado un trabajo artístico que realmente valiera la pena. Emily Dickinson (1830 – 1886) hizo del miedo un tema frecuente en sus poemas, aunque para ella este sentimiento y la sensación de peligro que muchas veces lo acompañan fueran un estímulo no sólo para su escritura, sino también para evitar caer en la desesperación y en la monotonía que acostumbraba la vida de aquella época.

El arte pictórico, especialmente el expresionismo, ha inundado galerías con frescos que retratan de manera cruda la vivencia del miedo para el cuerpo y la mente humanas.

Pero nos resulta difícil hablar abiertamente de este tema y más aún comprenderlo porque lo sentimos como un defecto tan pura y exclusivamente nuestro que nos hace sentir diferentes, defectuosos. Y eso nos avergüenza terriblemente ya que cuando vivimos en un estado de temor constante, nuestro campo de visualización y atención se vuelve cada vez más acotado y, por ende, vamos por la vida como si usáramos anteojeras de caballo. Sólo alcanzamos a ver una parte de la realidad y nos perdemos el resto de paisaje y sus infinitas posibilidades.

A veces el miedo es tan grande que perdemos meses o incluso años de nuestra vida dentro de una cueva que no pareciera tener salida. Lo peor de todo es que en muchos casos ni siquiera nos damos cuenta de que estamos encerrados.

El psicoanalista inglés Donald Woods Winnicott (1896 – 1971) pleanteó en su ensayo Fear of Breakdown una interesante teoría en la que expuso la idea de que aquellos miedos que nos acechan en el presenten tienen en realidad su origen en nuestro pasado, en la mayoría de los casos durante la infancia. Lo que Winnicott explica es que de pequeños fuimos expuestos a eventos traumáticos que no logramos procesar del todo ya que no contábamos con las herramientas necesarias para hacerlo o con el apoyo requerido por parte de los adultos que nos rodeaban.

Es así que esta serie de eventos traumáticos no elaborados correctamente en el pasado nos persiguen en el presente enmascarados bajo el disfraz de preocupaciones acerca de un futuro aterrador imposible de manejar.

Día tras día el miedo se va cristalizando como una capa dura que se adhiere a nuestra piel y caminamos cada vez con más aplomo por un camino que parece conducir a ningún lado.

No obstante, lo importante de comprender que el miedo es un sentimiento común a todos los seres humanos y de esta teoría en particular, incluso aún si no estamos de acuerdo del todo con las ideas provenientes del psicoanálisis, es el hecho de reconocer que no debemos sentirnos avergonzados por nuestros temores más allá de los disparatados que estos puedan parecernos ya que el miedo no es algo que haya que rechazar de plano, sino más bien algo que debemos explorar y aceptar como parte constitutiva de nosotros mismos.

Claro que llegar hasta ahí no es un proceso fácil, por lo que lo importante es saber pedir ayuda cuando las imágenes en nuestra cabeza comienzan a asustarnos demasiado y el pánico no nos dejan dormir.

Después de todo, ahora que sabemos que todos esas sensaciones son producto de nuestra inagotable imaginación, tal vez podamos usar esa creatividad para construir monstruos que puedan asustar al propio miedo.