El desafío del conocimiento en un mundo de especialistas


El mundo evoluciona a una velocidad sin precedentes. Dice el especialista en neurología y cognitivismo, Elkhonon Goldberg, que en una sociedad informacional como la nuestra, el conocimiento, y por consecuente las habilidades necesarias para desempeñarse en ella se vuelven obsoletas antes de convertirse en rutina.

El desarrollo de cada vez más grandes volúmenes de información ha provocado como consecuencia que carreras universitarias completas hayan quedado totalmente desfasadas en tan sólo una década.

Al mismo tiempo tal producción ingente de conocimiento hace cada vez más difícil aproximarse a él desde una mirada crítica que permita un análisis exhaustivo.

El problema con la cantidad de conocimiento que se desarrolla es tal que se ha impulsado una tendencia hacia la especialización en cada una de las áreas de estudio y no sólo eso: cada vez proliferan más departamentos académicos que albergan dentro de sí distintas subcategorías de especialización más profundas.

Esta tendencia ha empujado, junto con la evolución de la técnica, la aplicación de modelos de conocimiento cerrados para resolver problemas que requieren de una mirada humana e interdisciplinaria que ponga en consideración perspectivas diferentes que escapan a los tecnicismos y sistemas ya aprendidos de resolución.

Varios estudiosos han escrito sin embargo sobre este tema. En su libro Amplitud: por qué los generalistas triunfan en un mundo especializado, el periodista David Epstein analiza, entre otras cosas, cómo la tendencia hacia la especialización fracasa frente a la necesidad urgente de aplicar una mirada interdisciplinaria.

Y es que, de cara a un mundo que tiende a la estrechez en cuanto a la metodología de producción de conocimiento y que está cada vez más interconectado y susceptible de verse afectado debido a esa misma interconexión, el estímulo hacia la hiperespecialización y a la creación de personas – marca expertas en un único campo de estudio resulta, cuanto menos, contraproducente.

Epstein plantea que pese a la admiración que suscitan las historias de deportistas como Tiger Woods, en los cuales el desarrollo temprano de sus habilidades, junto con el perfeccionamiento de la técnica han coronado una carrera de éxito en su área de especialización, el mundo no es tan previsible y ajustable a variables como quisiéramos.


Jack of all trades




Sí, “pretender que el mundo es como el golf o el ajedrez es consolador” pero no es así como funcionan las cosas.

Diversos intentos fallidos por predecir y controlar el desarrollo con técnicas que requieren de entornos estables y altamente cuantificables han demostrado la necesidad de contar con perspectivas más amplias y flexibles.

Es por esta razón que, pese a que para aquel que se ve atacado por diversos intereses, en muchas oportunidades esta característica pueda resultar más un inconveniente que una bendición, hoy pueden alegrase y sentirse aliviados: cada vez resulta más necesario, tanto en áreas laborales como académicas, contar con perfiles cuyos intereses teóricos y prácticos provengan de diversas áreas de conocimiento.

Se ha demostrado que quienes practican diversas actividades tanto intelectuales como recreativas en áreas distintas a la de su especialización, contribuyen en mayor medida a aportar soluciones creativas a diversos problemas.

El periodista menciona el ejemplo de Steve Jobs, para quien una sola clase de caligrafía bastó para inspirar la estética que definiría a los procesadores Mac.

También menciona el caso del ingeniero Claude Shannon, el padre de la informática como la conocemos al día de hoy, que se benefició de un curso de filosofía al que había asistido para llenar su currícula universitaria al encontrarse con el modelo de George Boole, quien en el siglo XX desarrolló un sistema de unos y ceros para resolver problemas lógicos con ecuaciones matemáticas.

En ambos casos fue necesaria la capacidad de “unir puntos” como de ver más allá lo que permitió tanto de Jobs como a Shannon aportar el conocimiento de otras áreas en su propio campo de trabajo.

Pero aún hay más: proyectos tales como InnoCentive, desasarrollado en 1998 por Alpheus Bingham y Aaron Schacht, otorgaron pruebas de cuan eficiente resulta el trabajo en conjunto entre diversas áreas de conocimiento para resolver encrucijadas que ni siquiera la NASA había sido capaz.

InnoCentive surgió como un intento desesperado de la compañía farmacéutica para la que trabajaba Bingham por encontrar la solución a la síntesis de una molécula.

Acabados todos los intentos por encontrar un método que sirviera para lograrlo, decidieron postear el problema en una página web incitando tanto a empresas como a particulares a enviar sus ideas.

La solución provino de un abogado que años antes había trabajado con patentes químicas y que encontró el paralelismo en su conocimiento de cómo funcionaba el gas lacrimógeno.

El caso de InnoCentive fue toda una sensación en su momento y hoy en día se ha convertido en un proyecto que apunta a encontrar soluciones a diversos desafíos en el que interviene una recompensa para todo aquel que dé con la solución.

La idea fundamental del libro de Epstein es que no sólo será cada vez más necesario el aporte de enfoques interdisciplinarios para la resolución de las problemáticas más simples, sino que el conocimiento mismo para dicha resolución dejará de provenir únicamente de áreas académicas para hacerlo también de la experiencia, el aprendizaje y la habilidad creativa de personas capaces de establecer conexiones entre librerías de información abiertas al público general.

Esta premisa, sin embargo, nos enfrenta a una realidad que es ya para todos tangible: en tiempos en que la información evoluciona a la velocidad de la luz, no es posible confiar nuestra educación únicamente a instituciones que tardan años en actualizarse.

Es necesario salir a buscar el conocimiento por nuestra propia cuenta haciendo uso de las herramientas que hoy en día nos permiten acceder a una cantidad de material sin precedentes y en la mayoría de los casos, de forma gratuita.