Edward Hopper:una mirada dentro del abismo
“Mi objetivo en la pintura siempre ha sido la transcripción más exacta posible de mis impresiones más íntimas de la naturaleza.”
El último año internet se inundó de obras de Edward Hopper (1882 – 1967), atista que supo retratar en profundidad la soledad y el vacío de la Norteamérica de los años 20′ a 50′.
Los paisajes desiertos y el interior del hogar arrazados por una sensación de desolación aplastante resonaron en la obra de este pintor con el mal más reciente de nuestra época, el confinaminento producto de la pendemia y la consecuente crisis en torno al aprender a convivir aislados.
Maestro de la luz y de la perspectiva, sabido admirador de Rembrandt y por qué no también inspirado por Caravaggio, las obras de Hopper suscriben la particularidad de este artista que logró como nadie describir una característica propia de la condición humana: el estado de contemplación insondable que surge como consecuencia de una vida interior profunda.
La quietud y la sensación de estaticidad son recusos centrales dentro de la obra de este pintor que deslinda en el espectador la responsabilidad absoluta de la construcción narrativa. Pararse frente a sus cuadros implica el ejercicio necesario de reconstrucción del trasfondo que da vida a la imagen.
Admirar sus lienzos, especialmente aquellos que representan paisajes o construcciones urbanas desoladas es como despertar la conciencia en un sueño en el que caímos de repente. El especial recorte de la escena nos convierte en testigos dentro de un espacio – tiempo que nos es ajeno pero que aún así enciende la necesidad de investigar dónde estamos, qué ha sucedido, dónde ha ido a parar todo el mundo.
La escena nos transforma en detectives frente a un paisaje que esconde su historia en la intersección entre sus luces y sombras o detrás de una discreta ventana que encierra la posibilidad de un discurso infinito.
Con pinceladas variables que por momentos rayan el más tajante geometrismo y en otros apelan a una técnica más relajada, las figuras dentro del óleo se acomodan cada una en un espacio conciensudamente premeditado para darle a la composición un sentido y equilibrio buscados especialmente, lo cual suponía un largo trabajo previo que hizo que Hopper se tomara a veces hasta un año entero para acabar satisfecho con sus creaciones.
“Toma un largo tiempo que una idea llegue. Después tengo que pensar en ella durante largo rato. No comienzo a pintar hasta que lo tengo todo solucionado en mi mente. Está todo bien cuando finalmente me acerco al caballete”
Contemplar el abismo
Pero aunque su increíble habilidad para reproducir la naturaleza no tenía límites, no todo son paisajes apasibles o exactos retratos de la sórdida arquitectura urbana de la época. En el trabajo de este artista florecen obras que indagan en profundidad aquellos momentos cotidianos en los que el ser humano se topa de repente con un descubrimiento inédito, una verdad ineluctable o una realidad demasiado cruda como para lograr mantenerse en pie.
Hopper logró capturar esos momentos en los que la sensación de estar sumidos en un abismo se hace tan latente frente a la conciencia del ser humano, que el descubrimiento de la propia pequeñez de cara a un mundo tan inmenso, se vuelve abrumadora.
Los personajes dentro de sus cuadros parecen estar dotados de una sensibilidad tan extrema que por momentos podemos llegar a inferir en ellos historias que envuelven tramas tan dramáticas como desoladoras.
En su trabajo más famoso, Halcones de medianoche, de 1942, tres desconocidos descansan en la barra de un bar. Mientras uno de ellos parece cenar algo, los otros dos se ubican en un punto más lejano absortos en un pensamiento luego de un comentario al pasar que pareciera no haberlos dejado indiferentes. La mirada del espaciador se pierde, sin embargo, en el rostro de la muchacha que parece cavilar sobre una verdad irremediable que la ausenta de su propia escena.
Esa especial atención puesta al detalle de los rostros y los gestos corporales dan a los personajes de Hopper una intimidad y transparencia que habla por sí sola de la historia de estas figuras tan extrañas y anónimas que habitan sus cuadros.
El dolor, el cansancio y la angustia de vivir se hacen patentes en sus pinturas sin tener que derramar una sola lágrima. Las postura de estos cuerpos derrotados o semidesnudos transmiten en carne viva emociones que parecen estar próximas a encontrar su límite.
En Interior de Verano (1909), Once am (1926), o Digresión Filosófica (1959), el conmún denominador de los personajes es un estado de contemplación abrumadora casi al borde del paroxismo. La quietud retratada en estos espacios apenas amueblados se contrapone a un interior visiblemente tumultuoso en el espíritu y en la mente de estas figuras que parecen hundidas en un océano de pensamientos.
Gran parte de su obra se convirtió en reflejo de la personalidad del propio Hopper, un hombre pensativo y callado, siempre absorto en la contemplación de sus alrededores.
“Great art is the outward expression of an inner life in the artist, and this inner life will result in his personal vision of the world.”
Y así como la cotianeidad y la vida urbana se convirtieron en sus escenarios predilectos a la hora de crear, los frescos que retratan escenas en “no-lugares”, esos espacios intermedios dónde la vida no parece transcurrir, como en las salas de espera o lo lobbies de hotel, fueron testigos en su obra de la falta de comunicación que reina en una realidad que se ha tornado distante y recelosa del espacio personal. Allí donde circunstancias de todo tipo dan pie para el intercambio social a todo momento, invade el silencio y la se sensación de soledad buscada.
Sin embargo, pese al hastío, la soledad y el ambiente taciturno que parece habitar en las obras del pintor norteamericano, una figura y su imponente simbolismo se expande en varios de sus óleos tratando de robarle protagonismo al costado oscuro de su obra.
La luz del sol que baña los frentes de las casas y se cuela por las ventanas parece darle vida al paisaje y se transforma en el engranaje principal de estas escenas que aguardan silenciosas su aparición para volverse animadas.
El Sol y la luz que este emana son figuras centrales dentro de la obra de Hopper, quien con increíble dedicación logró capturar este fenómeno intangible en el cual depositó un significado revelador, como si a partir del encuentro entre sus personajes y este fenómeno, se abriera en ese mismo momento un canal hacia la iluminación interior.
Ya sea desde el interior de sus casas o saliendo en su búsqueda, sus protagonistas parecieran encontrar en la luz del día un trozo de claridad en el que purificarse y encontrar el calor que se torna cada vez más esquivo en los rincones solitarios y fríos de la ciudad, o en lo profundo de sus almas.