¿Por qué nos atraen los lugares abandonados?


Ya sea por su carácter de prohibido o por la curiosidad que nos genera el husmear en la vida de los otros, los espacios abandonados tienen algo de misterioso y atrapante que nos insta a querer recorrelos en busca de sus secretos más recónditos.

Desde fábricas venidas abajo hasta casas desvensijadas o incluso intactas, deshabitadas desde hace décadas, estos lugares se han convertido en parte del itinerario de viaje de aquellos con las mentes más morbosas y arriesgadas.

Quizá por el hecho de que hay algo de romancitismo en la nostalgia que genera contemplar estos lugares y el pensar en el tiempo que se ha desvanecido o en lo que pudo ser, el adentrarse en estos espacios encarna un ejercicio de imaginación en el que recreamos historias haciedo emerger la vida de entre los escombros.

Tal vez, justamente por la existencia de esa parte del ser humano que pareciera regocijarse en la destrucción de la que al mismo tiempo renace su contraparte, ese instinto de preservación que desea unir las piezas para volver a la vida el tiempo pasado, estos lugares se imponen ante nosotros como áreas de reflexión en las que proyectamos sentimientos encontrados y comparamos nuestra propia existencia con la de la de otros que estuvieron antes nuestro.

Navegar lugares abandonados es como recorrer cementerios escrutando entre las lápidas las fotografías de los que ya no están: hay allí algo de sagrado, de curiosidad y de melancolía en elaborar teorías acerca de otras vidas y otras épocas en las que las costumbres, las relaciones personales y el existir mismo era tan diferente a las de nuestro tiempo.

Destruídos por el clima, el abandono y en muchos casos por la mano del hombre, a menudo estos lugares son invadidos por la naturaleza en su intento por recuperar aquellos espacios que le pertenecen, devorando todo aquello que alguna vez estuvo en pie a través de las garras de su vegetación abundante.

Como escribe Henk van Rensbergen en su genial sitio donde publica desde el año 2000 fotografías de sus exploraciones, estos espacios son como “cicatrices en el paisaje” que esperan en silencio la irrupción del observador furtivo para contar su historia.





Anemoia: nostalgia por aquellos tiempos y sitios que nunca hemos experimentado



Lo atractivo de visitar estos espacios, son las sensaciones que nos genera la experiencia de estar presentes en un lugar donde parace que el tiempo se ha desvanecido. El polvo y la quietud nos interpelan en aquellos aspectos de nuestra vida que están igual de estancados, haciéndonos reflexionar acerca del miedo que para muchos representa el existir, poniéndonos de frente ante nuestras más temidas insatisfacciones.

De alguna manera que no es posible explicar sentimos “anemoia”, una palabra inventada por el escritor John Koenig en su “Dictionary of Obscure Sorrows” para describir ese sentimiento de nostalgia que nos genera el imaginarnos la vida de aquellos que estuvieron antes de nosotros.

Así, cada centímetro explorado en la aventura que supone recorrer estos espacios es un centímetro ganado en la exploración de nuestro propio interior, una nueva área conquistada sobre la que construir de la mano de diferentes perspectivas y aprendizajes en otro intento más por pararnos sobre bases más firmes.






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